viernes, 30 de abril de 2010

Los valores supremos de la vida


Por Marinés Maal

Los seres humanos carecen / apenas perciben la soledad irreparable. /el dolor del alma se esfuma / y vuela hacia la luz inmensa / cuando el amor crece/

Será posible que dos diminutos caninos de la raza mini pincher sientan, amen, sufran y puedan gozar de la felicidad terrenal al igual que los humanos. Los invitamos a vivir este relato, hasta ahora inédito, de dos mascotas con sus amos. Nimi es un macho de casi diez años y la Mini de seis años. Sus dueños se habían citado aquél día para disfrutar de un atardecer en la playa y previo acuerdo decidieron presentarse cada quien con su mascota.

Andrés acostumbrado al andar de Nimi, con el trote acompasado, le llevaba al igual que a un caballo de paso. La mascota se mantenía detrás y a la izquierda de su amo, la cabeza en alto con las orejas y el rabo recortados en posición vertical. Siempre concentrado en la marcha perfecta sin hacer caso a su magnífica percepción olfativa y visual, de los muchos ejemplares caninos que reclamaban su atención con ladridos y gemidos. Aquella miniatura de can se sentía del tamaño de un mastín y con la fiereza de un doberman, raza con la cual guardaba un extraordinario parecido. El paseo se hacía largo. Llegaron a la playa aquella tarde, con la arena aún tibia, suave, blanca, fina y pegajosa. Las patas de pincel hundidas en la arena dejaban sus finas huellas en contraste con las toscas pisadas marcadas por los pies de él. Andrés se detuvo en la inmensidad panorámica del mar y ambos se tumbaron a esperar.

El canino podía sentir la tristeza de Andrés. Su amo, era una persona receptiva, a veces feliz y siempre amable. La mirada interrogante del perrito se posó en el amo y él acarició su cuerpo con unas palmadas tranquilizadoras, pero los ojos del amo expresaban ansiedad. Los humanos necesitan compañía para olvidar sus carencias, sus dolores, sus tristezas.

Con una señal de los dedos, Andrés soltó las ataduras invisibles de Nimi, las únicas. La mascota era una necesidad de compañía, así él lo percibía. El fiel animal también lo sabía y siempre buscaba estar al lado de su amo para cumplir su destino. Al ordenarle con una palmada, corrió y jugó, pero al sentir la quietud de Andrés regresó a él en forma lenta y pausada, echándose de nuevo a su lado.

A lo lejos venia una gaviota amiga, la misma de otras visitas a la playa. Nimi se levantó al acercársele el ave, corrió jugueteando con ella siguiendo sus vuelos rasantes que lo impacientaban. Por instinto natural deseaba atraparla sin causarle daño, pero la gaviota no se dejaba ni arriesgaba mucho, ya cansados, ella remontó en vuelos circulares y él regresó a su amo. La gaviota voló hacia ellos dejando sentir el suave flotar de su cuerpo blanco y radiante. La cercanía era tal que el pincher podía oler su plumaje y ladraba, al verla juntarse en vuelo con las otras que decían adiós con su aleteo. Nimi al ver el alejarse a la gaviota cambió por segundos su alegría por tristeza.

La quietud del paisaje se rompió con la alegría desbordada de la Mini que poco atendía los reclamos que Esther le hacía. A diferencia de su par macho de la raza, en vez de trotar saltaba, corría, jugueteaba, daba vueltas y le respondía con saludos de ladridos amistosos a todos los que podía atraer con su diminuta presencia. Al igual que Nimi le brillaba lustroso el corto pelo azabache con las manchas de fuego resplandecientes. Sus orejas naturales sin corte alguno y el dimorfismo sexual eran los detalles que a leguas permitían distinguir el uno de la otra. Nimi con su prominente órgano masculino demasiado evidente para su minúsculo cuerpo y ella igual con un pronunciado abultamiento inocultable para los sentidos de la misma especie.

Andrés y Esther se saludaron con efusividad y entusiasmo mientras que Nimi y Mini hacían lo propio. La Mini y Nimi se olían con la eficiencia del olfato canino. Fueron llamados a sentarse por sus dueños y los cuatro seres se quedaron melancólicos disfrutando del atardecer mientras las gaviotas, a lo lejos, volaban apresuradas a su refugio natural.

Los seres humanos suelen fijar su mirada infinita hacia el horizonte del mar. Vacían toda su tristeza sin percibir que otros seres, a su alrededor, celebran cuando ellos recobran su felicidad y toda la naturaleza festeja con una ceremonia indescifrable de códigos animales la recuperación del equilibrio en el hombre y la mujer que se aman.

El mar sabio enseña sobre colores, torna el azul idéntico al cielo que significa unión sin ataduras. Su espuma blanca es la pureza del amor, el calor del sol es la pasión y la noche las dependencias y los miedos. El sol fuerte enceguece los ojos para no ver las verdades prohibidas del hereje.

El mar y el cielo se funden en el horizonte por su amor durante el día. Por la noche la tenue luz de la luna ilumina al mar hora tras hora, como los recuerdos, pero el mar inteligente sigue su andar en solitario.

La armonía de los hombres y de las mujeres con la naturaleza y el amor al paisaje son los valores más sublimes de la especie humana y de los animales.

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