Por Marinés Maal García
Destellos brillantes en cada atardecer / somos aire / acaricio tus mejillas / eres la tierra que piso / frenecí y placer sin luz.
Filamentos de color rojo dentro de aquella flor blanca que dejaste caer por el pecho de la mujer amada. Así es la ternura dibujada a través de la ventana de tus pensamientos, aquella que dejaste abierta la tarde fresca el mes primaveral.
Recuerdo el saguán que atravesaba la casa blanca en el pueblo donde crecí, tenía el mejor jardín interno, lo recuerdas? se que lo imaginas mientras describo sus paredes corrugas pintadas con cal, el piso de cemento pulido brillaba tanto, que se podía ver reflejada la figura con el resplandor de luz. Había un reloj que avisaba cada hora, era un cucú negro y grande con un péndulo dorado avejentado. Las puertas a lo largo dibujaban cuartos enormes de camas de caoba fuertes y macizas, con colchas tejidas con pabilo, aromas a humedad con temperaturas frescas. La cocina se veía desde la sala que más bien era el gran salón frente a helechos que bañaban de verde el pasillo hasta aquella cocina, siempre con olor a café recién colado.
Ese hogar donde cultivamos nuestro amor, Soy Ana y Juan el amor de mi vida, soy atrevida y el un bonachón que le encantaba cada tremendura que se me ocurre, la sociedad de la época era diplomática pero cercenadora ante una mujer feliz y dichosa de su compañero, ese que los viernes después de trabajar compartía con sus amigos y corría a casa a ver que había inventado. Al llegar a los 50 años aún tenia un cutis perlado y la alegría era evidente, Juan un poco mayor comenzaba a verse atractivo y señorial, eramos la mayor atención de aquel pequeño pueblo. No tuvimos hijos, dedicamos sus vidas a hacer de aquel amor la fórmula de la juventud.
Las conocidas en reuniones me pedían que les contase un poco de mi alegría y otras que escuchaban horrorizadas con ganas de ser alegres, la bondad es un arte que cumple con regalar un poco de brillo y destellos cada atardecer en aquellas tertulias antes que llegara Juan. Juan recuerda que yo mantenía la cama lista para cobijarnos, lo más preciado era justamente ser uno solo cuando cocinábamos, paseábamos y hasta en los que haceres que terminaban en placeres de aromas y café frente al atardecer.
Les contaba como Juan deslizó flores sobre mi cuerpo desnudo, todas con suspiros, y querían saber como Juan hacía del amor un éxtasis.... Así eramos, las almas de nosotros revolotean en la casa blanca, muchos dicen que nos sienten riendo cada viernes atardecer...
Cuéntale a tu amor las flores que te gustan y pregúntale que aroma prefiere en tu piel, has de vuestro momento el sendero de una vida amable, se amor y da amor, el mañana no existe, realiza tus tremenduras, se mejor que ayer.
Dicen que la felicidad tiene nombre y apellido.... cual es tu nombre?
... yo me llamo Ana.